La economía china es realmente un milagro moderno, y su creciente prosperidad se celebra a nivel mundial como una gran victoria de las fuerzas del libre comercio mundial. Sin embargo, ese libre comercio no es tan libre.
Los chinos siempre se han considerado una raza superior y por ese motivo, nunca se aventuraron a buscar otros horizontes fuera de sus fronteras como lo hicieron los europeos. Siempre han repudiado a los “diabólicos extranjeros” por haberse apropiado de lugares como Hong Kong, Macao, Shanghái y muchos otros enclaves en el oriente. Desde el triunfo de los comunistas en 1949, el país se aislaba aún más y permanecería totalmente desconectado del resto del mundo, hundiéndose en el hambre y la pobreza. Pero ante las miserias que le acarreara ese comunismo, en los años 70 iniciaba una apertura para integrarse al mercado mundial.
Para ello China ha llevado a cabo una admirable reforma y se ha convertido en magneto para atraer capital. El bajo costo de su mano de obra y una nueva clase empresarial —con un gobierno orientado a la creación de riqueza, trabajos, y capacidad industrial— atrae inversiones a un ritmo impresionante. Ello ha creado una economía que crece un 8% anual, más del doble que la de EU en sus buenos años. Es tanto el capital fluyendo a China que, solo en el año 2005, Shanghái construyó más espacio de rascacielos del que existe en la ciudad de Nueva York. Dentro de unos cuantos años se espera Shanghái tenga 5,000 rascacielos, más del doble de los construidos en la ciudad de Nueva York desde que se inventaron los elevadores en 1853. La economía china es realmente un milagro moderno, y su creciente prosperidad se celebra a nivel mundial como una gran victoria de las fuerzas del libre comercio mundial.