Ricardo Valenzuela
Cuando
iniciaba mi carrera profesional, en la década de los años 70, tuve la
fortuna de que a las escasas dos semanas de haber arribado a la ciudad
de Mexico, mi padre hiciera un viaje de negocios a la misma y, muy a su
estilo, desde nuestro encuentro en el aeropuerto me giraba
instrucciones del plan que había ya confeccionado el cual obviamente me
incluía, pero con la flexibilidad de permitirme algún tiempo libre
pues me encontraba en esos momentos dedicado a las entrevistas de mi
primer trabajo.
El motivo de la excursión de mi padre, era el
llevar a cabo el pago de la extorsión anual al entonces Departamento de
Asuntos Agrarios y Colonización, para de esa forma evitar las
invasiones de nuestros ranchos ganaderos que, como la mafia siciliana,
eran promovidas por batallones de líderes campesinos en su nómina si
alguien no cumplía con el ritual. Ya en años anteriores, siguiendo uno
de los principios revolucionarios de la reforma agraria, habíamos sido
despojados de más de 20,000 hectáreas.
Después del episodio de la matanza de Tlatelolco, los mexicanos ahora miraban con esperanza hacia el candidato recién revelado por el partido de gobierno; Luis Echeverría; Un oscuro burócrata de profesión quien ocupaba la Secretaria de Gobernación, habiéndola escalado en medio de una nube de misterio y grises desempeños. Echeverría era un político joven quien, desde al momento de su “destape,” había sufrido una transformación de ser un hombre seco y desagradable, al de una persona cuyo perfil se develaba como alguien que tenia urgencia por hablar, lo cual hacia como un gran torrente desorganizado y sin dirección.
Al dia siguiente, mi padre y yo esperábamos al tío Gilberto. Nunca pensé sería el inicio de algo que marcaría mi vida. El tío llegaba al hotel con una puntualidad inglesa y, luego de que el chofer estacionara el auto, para mi fue sorpresa ver como aquel hombre, ya rayando los 80 años de edad, sale del mismo con gran agilidad para luego abrazar a mi padre con gran cariño. Voltea hacia mí sonriendo para afirmar; a este muchacho parece que lo fertilizaron, cuando también cariñosamente me abraza. Minutos después transitábamos las calles de la ciudad hacia su casa de Sierra Candela en las lomas de Chapultepec.
El hijo mayor del tío, también del mismo nombre, en esos momentos ocupaba la Secretaria de Obras Públicas en la administración de Diaz Ordaz, y él lo expresaba con orgullo. Media hora después, hacíamos la entrada a su casa donde su esposa de toda la vida, la tía Sofía, nos recibe con muestras de gran afecto, sobre todo para mi padre, a quien ella también consideraba como otro mas de sus hijos. Nos pasan a una pequeña salita y nos ofrecen un aperitivo para antes de la comida.
Luego de que mi padre y su hermano se pusieran al dia con todas las noticias de la familia, recordar algunas de sus historias en Europa y mi tío hacer añoranzas de Sahuaripa, me pregunta; y tu hijo, ¿Qué andas haciendo por estos rumbos? Me vine a buscar nuevos horizontes aquí en la ciudad de Mexico, le respondo. Ante sus genuinos interrogatorios, le explico que mi intención era ser banquero y pensaba que la mejor forma de iniciar era en esa ciudad. Le explico también, cómo ya me entrevistaba con algunos bancos en la ciudad. Al final del informe el tío me dice, “pues espero que te contraten en el Banco de Comercio, es el mejor banco del país.”
De inmediato pasa a tu tema favorito; la política y afirma. No me gusta lo que estoy escuchando de ese muchacho que destaparon para la presidencia. ¿Que es lo que no te gusta? Le inquiere mi padre. Nada, responde tajante el tío. Me da la impresión de ser un hombre superficial, pero lo que más me preocupa, es que sus mensajes revelan lo que me parece gran amargura contra algo o alguien, que no puedo entender. Me parece un hombre desbocado que no está siguiendo la disciplina que los priistas han manejado siempre como su evangelio. Y no lo hace porque sea un nuevo reformista, me parece que es torpe y su mensaje lo interpreto como una capirotada de Cárdenas y Toledano, pero con la autocracia Callista y Porfirista.
Continúa; Vivimos en un mundo peligroso hoy dia. Tenemos en puerta un grave enfrentamiento entre dos corrientes muy diferentes; el comunismo que cada dia avanza a mas velocidad, y lo que ahora representa los EU, que es algo que yo ya no entiendo. Las ideas liberales que le dieron vida a ese país, se han estado abandonando y emerge un estado cada vez más poderoso desplazando a la sociedad civil. México, después de 40 años de era post revolucionaria, no ha logrado identificación y mucho menos lo que tanto se buscaba, progreso, en primer lugar, y la famosa democracia. Y este hombre me da la impresión de que no entiende su alrededor y habla y actúa como si fuera un Mesías con soluciones que, ante sus mensajes, asoman una grave luz de alarma.
Con una visión casi profética procede ahora el tío: Creo que este hombre como presidente va a ser algo incontrolable y con un sistema que de por si, les entrega un peligroso poder, Echeverría lo va a llevar a extremos que ni nos imaginamos. Pienso que es un hombre a quien la autocracia lo seduce y atrae más que a Calles. Luego de disfrutar una exquisita comida, de nuevo nos estacionábamos en la bella salita. El tío continuaba expresando sus preocupaciones por el futuro del país.
Llega el momento de retirarnos y estos hombres al despedirse se funden en un abrazo, como presagiando que ya no se volverían a ver. El tío entonces me dirige la mirada y me dice: Quiero que vengas a visitarme seguido, no te me pierdas. Claro le digo, se lo prometo. El chofer ahora nos regresaba al hotel y es cuando mi padre me pide: Ve seguido a ver a Gilberto y otra cosa, en las conversaciones que tengas con él, toma notas, pues algún dia te van a servir. Pero ¿para qué? Le pregunto confundido. Me responde; Gilberto fue una de las mentes más brillantes de la revolución, uno de sus grandes ideólogos y una de sus grandes frustraciones, es que los postulados con los que se peleó y por los cuales tanta gente dio la vida, no se han cumplido.
Siguiendo el consejo de mi padre, durante los tres años que viví en la ciudad de México, tuve una serie de reuniones con mi tío casi con frecuencia semanal, de las cuales siempre tomaba nota. Al abandonar la ciudad en mi regreso a Hermosillo, fui a despedirme. Como siempre, me recibía con gran gusto y luego de explicarle mis planes, iniciamos la despedida cuando me pregunta; ¿Qué piensas hacer con las notas que tomabas? No lo tengo claro, le respondo, pero se que las voy a dar a conocer a los mexicanos del futuro.
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