Ricardo Valenzuela
El Papa Leon XIV el día de ayer notificó, no solo una serie de cambios, sino el derrumbe y el abandono de lo que, durante quince siglos, habían sido parte del potente material con el que se habían construido los cimientos de la iglesia. Por supuesto, la decisión del pontífice ha provocado ambos, tormenta entre los conservadores de la religión, pero gran júbilo entre las nuevas generaciones de católicos. En mi opinión, Leon XIV, con sus decisiones tan valientes e inteligentes, pasará a la historia como el salvador de la Iglesia Católica.
Eso me ha llevado a leer de nuevo el gran libro de Spinoza, Ética, que para muchos fue la causa de su excomunión. En la Ética, Spinoza muestra un sistema filosófico coherente que ofrece una imagen objetiva de la realidad y comprender el significado de una vida ética. Con un formato lógico define la naturaleza de Dios, la mente, la servidumbre humana de las emociones. Hasta definir el lugar de la humanidad en el orden natural, libertad y el camino a la felicidad que sin duda es posible.
Pero el tema mas importante e interesante de su obra, es la forma en que define la causa verdadera de la caída del Imperio Romano, afirmando no fue obra de los bárbaros que lo habían penetrado y destruirlo. El Imperio Romano fue destruido desde su interior cuando, Constantino, después de haberse adueñado de la nueva iglesia, con toda premeditación, estableciera el cristianismo como la religión monopólica del Imperio. A ese punto con feroz asertividad, acusa al cristianismo de la verdadera destrucción de Roma al establecer las “pasiones sumisas.”
El cristianismo destruyó Roma al destruir la virtud Romana que fuera causa de su grandeza. El famoso Conatus, fuerza vital del imperio que también fuera el grito de batalla de las invencibles legiones romanas, lo modificaban con aquello de mostrar la otra mejilla, la piedad no la guerra, para ganar el paraíso. El ideal del soldado romano fue sustituido por la cantidad de monjes que se les ofrecía una vida cómoda sin el peligro de la guerra. Mentes brillantes como San Agustin, reclutado escribía, La Ciudad de Dios, para sustituir el orgullo romano con la humildad, la pobreza, la castidad, la obediencia, el sufrimiento, porque era lo que habia dictado Constantino.
Un cáncer interno que provocaba infinidad de disputas religiosas que en realidad eran luchas por el poder, y se lograba el primer monopolio del cristianismo. Constantino, con gran astucia, jubilaba a todos sus dioses invisibles y los cambiaba por uno, no solo visible, sino hijo de Dios enviado para salvarnos, siempre y cuando siguiéramos las nuevas reglas. El invencible soldado se transformaba en el adelanto del hippy de los años 60. En el Concilio de Nicea los romanos tomaban sus hábitos mientras los Godos estaban a punto de invadirlos.
A los atrevidos que expresaran algún tipo de diferencia, le inventarían esa definición que olía a azufre, apóstata. Se iniciaba el desmantelamiento militar romano con exsoldados seducidos con el “no mataras,” en una era que era matar o te mataban. “Amar a tu enemigo” cuando estaban en sus puertas los bórbaros no muy amorosos. “Bienaventurados los pobres” que se estaban multiplicando en todo el Imperio. Se estaba destruyendo la lealdad al orgulloso Imperio Romano para dirigirla a la iglesia. Los soldados migraban para ser religiosos y la civilización romana moría lentamente.
Su economía se afectaba con la fuga de capitales hacia regiones más atractivas y su potencia disminuía. La iglesia se convertía en el gran terrateniente. Ricos angustiados por el miedo a la condena eterna, donaban parte de sus riquezas a la iglesia que cada día las acumulaba, era el anuncio de sus futuras indulgencias para comprar la salvación, la gran extorción de la gente. En lugar de construir sus carreteras, sus sistemas pluviales tan admirables, ejércitos poderosos, esos capitales se destinaban a construir iglesias. Las mejores mentes querían emigrar hacia la iglesia y, al mismo tiempo que Roma decaía, la riqueza y el poder de la iglesia se multiplicaba.
El optimismo romano era sustituido por el fatalismo como un reflejo de lo que después se conocería en economía como las expectativas racionales, que dictaban la conducta económica. Para que invertir si ya iremos hacia el reino de Dios de la mano de la iglesia, cuando el Imperio estaba ya en agonía. Las grandes obras de aquel admirado imperio, sus ideas filosóficas, su mitología inspiradora, la belleza de su arte, sus construcciones, se cubrían de las telarañas del olvido y se momificaba el Imperio
Y ya una iglesia empoderada y soberbia, iniciaría persecuciones de quienes identificaba como enemigos. Habia iniciado una frenética constitución de reglas, mandatos, mandamientos, prohibiciones, para acrecentar su poder y su terrorismo espiritual e ideológico, su conquista de Roma sin tener que combatir. Inventarían demonios imaginarios para la negación de la vida. Sus nuevos soldados serían sus mártires que, invadidos de ignorancia, sacrificaban sus vidas sin nada que aportar, pero los convertían en santos, modelos que debíamos seguir.
El celibato funcionaría casi como castración que privaba a Roma de las mejores mentes y los grandes guerreros, provocando la esterilidad espiritual de Roma para facilitar la cirugía mayor del trasplante de nuevas virtudes. Compasión, perdón barato, valle de lágrimas, obediencia, pobreza admirada, fe ciega. La templanza, el verdadero valor, un general debía pensar que la guerra era pecado. De esa forma Roma fue contaminada y condenada.
El impulso comunitario fue capturado por la iglesia para utilizarlo. De forma especial logró que la fe sustituyera a la razón. Ya no se requería filósofos pues la biblia tenía todas las respuestas. Seguiría el monopolio de la educación enseñando la única verdad. La caída del Imperio Romano es un ejemplo y advertencia. Nos enseña el destructivo poder de quienes se apoderan de las mentes. El Imperio no fue destruido por Dios castigado por pecador. Fue el cristianismo que, pudiendo haber sido la luz mil años antes del renacimiento, provocaría más de mil años de oscuridad que todavía nos controla.
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