LEON XIV Y TRUMP VS LA POLITICA (TERCERO)

Ricardo Valenzuela

Reacciona Donald Trump a la elección del nuevo Papa León XIV La independencia de EU sería declarada en 1776 para darle vida al nuevo país con Washington como su primer presidente después de una larga guerra que lo había endeudado. Abandonaba su estado colonial con una sociedad muy diferente al resto de toda Europa, una sociedad que se había desarrollado en una libertad muy especial. Rápidamente penetraba el siglo 19 que estaría sellado por dos acontecimientos, la guerra civil y después el llamado periodo de reconstrucción. Serían dos eventos de calibre similar al de la revolución francesa en Europa. 

Algunos historiadores se refieren a la guerra civil como la segunda revolución americana, visión muy alejada de la verdad. En realidad, no sería una revolución en el sentido estricto de su significado y compararla con la guerra de independencia es ignorar la extensión de las disrupciones causadas. La revolución no causaría una profunda disrupción en el desarrollo americano. La realidad es que se trataba de un evento para la continuación de un movimiento hacia completar el establecimiento de un novedoso gobierno frugal, limitado, ya adelantado.

Sin embargo, la guerra civil y el periodo de reconstrucción que le siguió constituye un abandono del proceso americano que motivara su independencia. Dos eventos que, por más que se trate, no se pueden ubicar en el marco que los precedieron y tampoco en las consecuencias que causaron. Porque ninguno de los dos tenía cabida en el molde de la recién establecida Constitución. En la constitución no había provisión para entablar acción militar en contra de un estado o conjunto de estados. Tampoco para un posible abandono de estados de la nueva Unión. 

La Unión se había construido de forma voluntaria por los estados y su gente de acuerdo con el pacto de las mayorías. Una larga y violenta guerra había sido suficientemente difícil de absorber y, aun ante cierta destrucción, se había superado. Pero, esta era un nuevo conflicto entre una sección del país contra otra. La diferencia, supuestamente era geográfica, no lucha de clases, ni por el orden o agrupación de personas, ni por la esclavitud que fue pretexto. Era el remanente de la vieja unión haciendo guerra contra una nueva y más pequeña. Y esto sentaría el escenario para una cruel opresión del sur. 

Y aun ante la posibilidad de que esta guerra podría, de alguna manera, ser absorbida tal vez como un episodio desafortunado, lamentable, abominable y sin duda surgiera como raíz de una aberración. Un episodio en que jugaría importante papel la agresividad del ejercito del norte. Sin embargo, la verdadera tragedia del evento sería multiplicada por la reconstrucción que le siguiera. Y, si a este potaje le agregamos las especies del famoso congreso de Verona en 1822, más el acuerdo de Inglaterra, Rothschild, Rhodes etcétera, para la destrucción del republicanismo liberal de la nueva nación, surge la fotografía tenebrosa.  

El comportamiento vengativo del Congreso, la privación de los derechos de los blancos sureños. Las penalizaciones establecidas sobre la riqueza y los recursos del sur, y la siempre la evasión de restricciones constitucionales fueron demasiadas para absorberlas. Y los recuerdos y el resentimiento permanecieron allí aun después del deseo de venganza o retribución, o el recuerdo de las animosidades que se había extinguido o al menos estaban en estado de remisión. Así, el sur destruído sería incapaz de absorber la reconstrucción. Puesto que, con la cruel versión que los reconstructores les cargaban, sufrirían durante los siguientes cien años, se encendía una hoguera. 

La famosa reconstrucción y esa actitud vengativa del norte fueron un anticipo de la historia que se ha escrito en los siglos XX y XXI, no solo para EU, sino para todo el mundo. Guerra total es el primer elemento de ello, pero totalitarísmo sería el término más asertivo siempre animado por lo que describe una paráfrasis de Cash, como el impulso de los hombres para dejar de lado todo lo que los diferencía para transformarlos siguiendo algún patrón general. Y ese patrón es mejor conocido como las ideologías del siglo XX. 

El sur libertario había sucumbido ante el norte progresista y su nuevo dios, el gobierno. Y, ante ese nuevo panorama, a la sociedad monarquía británica, Rothschild, oligarcas ingleses se les unían los debutantes oligarcas americanos como Rockefeller, JP Morgan con una nueva realidad. Para sus monopólicos sueños globales era mejor tener sociedades ignorantes, dóciles, dependientes, para entregar su futuro a ese nuevo dios, el gobierno. Y, por supuesto, ellos serían los dueños de esos gobiernos. Pero, les faltaba un elemento para cerrar ese círculo, la iglesia. Pero se les apareció el diablo Leon XIV. 

El Chancelor de la corte de Nueva York, James Kent, en 1821 afirmaba. “La tendencia del sufragio universal es destruir los derechos de propiedad y los principios de libertad. Hay una clara propensión en los pobres de codiciar gran parte del botín de los ricos, en los indolentes y despilfarradores para arrojar toda la carga de la sociedad sobre los hombros de los virtuosos que producen; y hay una tendencia en los hombres ambiciosos y malvados para alimentar estos materiales combustibles.” Por eso los padres fundadores odiaban la democracia. 

A finales del siglo 19 los EU tendrían al último presidente realmente libertario, Cleveland, y no era republicano, era demócrata pues eran los libertarios originales, era el partido de Jefferson— padre de la ideología libertaria—pero, quien mostrara las nuevas credenciales de ese partido sería el presidente Wilson en 1912, en una elección en que todos los candidatos eran ya progresistas socialistas. Al final se enfrentarían Teddy Roosevelt, republicano y Woodrow Wilson, demócrata, ambos declarando ser progresistas. Era ya el proceso de aceleración del socialismo en EU. 

Pero, ya no importaba quien ganara, pues los dos partidos ya eran propiedad de esa oligarquia. Con Wilson en la presidencia, el viejo sueño de los oligarcas, el Fondo de la Reserva Federal, se haría realidad en 1913 como se decidía en la reunión de Jekyll Island donde asistieran los representantes de 12 bancos extranjeros liderados por Rothschild, Rockefeller y JP Morgan, con todo el apoyo del senador Nelson Aldrich, consuegro del viejo Rockefeller. Allí se clavaría el penúltimo remache del ataúd de EU que todavía carga el mundo, pero, faltaba el clavo final que están ya afilando en este presente.   

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