Ricardo Valenzuela

Después de leer los evangelios encontrados en 1945 en las cuevas alrededor del Mar Muerto, especialmente los de Tomas, quedé tan impactado y podría agregar, confundido, que para nivelar lo que me provocaran tuve que acudir de nuevo a Nietzsche, uno de los filósofos mas odiados de la historia. Y como siempre sucede, se odia con especial fuerza a quienes se han apartado totalmente de lo que ha sido lo tradicional. Y aunque han sido muy pocos los que atrevieron a tomar esa ruta, Nietzsche es mi favorito.
Las obras de Nietzsche son pocas, pero suficientes para haber provocado violentas tempestades entre las cuales, una de la más famosa, sería su enfrentamiento con Wagner, aquel genio de la música, en donde se perdería su larga amistad. En esta ocasión acudí a una de las mejores, Así Habló Zaratustra, básicamente porque en ella describe al hombre que, enfermo de la sociedad y sus tradiciones, en la soledad sufriría una gran transformación que lo habia convertido en un superhombre.
Con esa nueva esencia, al regresar a la sociedad, de inmediato inicia sus mensajes rechazando esa moral tradicional de las multitudes. En su primer día encuentra a un monje quien, como enviado celestial, se da cuenta representa todas esas creencias en las cuales el miedo, la culpa, el sufrimiento, la promesa del paraíso futuro pagando su pasaje con ese sufrimiento, la sumisión, eran los pilares de lo que consideró una fe vacía. Multitudes totalmente convencidas era el único camino para proseguir.
Es cuando, al encontrar tal panorama, decide iniciar el mensaje de su transformación en el superhombre y quería compartir su experiencia. Pero, cuando los incitaba a olvidar el paraíso futuro después de la muerte, a no aceptar el sufrimiento como el pago, y aprovechar su vida presente que se podía modificar. Y cuando inmediatamente fuera rechazado sin escucharlo, hace su famosa declaración de que Dios había muerto, no en el sentido que significaba la destrucción de su existencia, sino la gran equivocación que el estado les habían provocado.
Pasa luego a comparar su situación con su parábola del equilibrista sonámbulo que, tratando de perfeccionar su acto de caminar en una cuerda sobre un precipicio, aparece un bufón que le provocaría su caída. Pero, continua con su mensaje afirmando lo único que tenían era su vida en el presente. Una vida que se debía aprovechar, no para sufrir a base de promesas falsas aceptando ese valle de lágrimas, sino para que cada uno desarrollara ese poder interior que Jesus definía al afirmar; “no busques el reino de los cielos en el exterior, porque esta dentro de ti.” Pero la gente se reía de él.
Pasaba luego a comparar la vida con tres sujetos. El camello que siempre cargaba con un gran peso, pero sufriendo con su resignación y su impotencia aceptando su condición dictada por otros. Seguía luego el león con sus grandes rugidos desafiando a todas las autoridades. Sin respetar reglas sociales y morales, pero, se le presentaba un dragón que, como la aguilita nacida entre pollitos, cuando afirmaba querer volar, ese dragón aparecía para decirle, eres pollo y nunca podrás volar. Finalmente aparecía el niño sin programa. Inocente, sin cerebro expropiado, sin cadenas para permitirle crear sus propias reglas, sus valores, y sus sueños.
Continuaba caminando para encontrarse con esos moralistas hipócritas. Esos que practican una moral de acuerdo con las reglas establecidas, los que supuestamente practican todos los mandamientos. Esos que critican en privado la promesa futura, pero piden se acepte el pago por el paraíso ofrecido, porque, en forma un poco diferente, renuncian a la vida, pero siguen pidiendo la gente sufra y cumpla con la compra de su salvación aceptando el valle de lágrimas. Niegan la vida porque son cobardes y no viven con plenitud. Porque su oficio es el engaño y su producto es el sufrimiento.
Encontraría a los enemigos del cuerpo. Esos que consideran el cuerpo algo incitando al pecado y, al despreciarlo, renuncian a la vida porque se quieren vengar. Pero, el cuerpo, regalo de Dios, es la fuente de un gran poder porque es real. Pero, para sus odiadores moralistas el cuerpo es esa herramienta de la perdición pues para ellos el placer es inmoral. No se dan cuenta que el cuerpo fue el creador de la conciencia no al revés. Identifican las pasiones y gozos raíces del pecado. Pero las pasiones son fuentes de energía vital que se deben aprovechar de acuerdo con las interpretaciones y permaneciendo como sus amos, no sus esclavos. Una vida sin pasión es vida desperdiciada. Amamos con pasión, combatimos con pasión.
En la siguiente esquina, se encontraba con ese pálido criminal. Los que son regidos por culpa, remordimiento, miedo. Actúan por instintos y se arrepienten para ir a confesión donde encuentran su perdón, licencia para de nuevo pecar. La culpa siendo la gran formula de control, ellos se han convertido en expertos para manejarla. Pues también son expertos en la calificación de los pecados, su penitencia y, sobre todo, en indulgencias. Esos que pagaban para evitar letreros en sus casas como FUCK. Fornication Under Consent of King.
Seguían los escribanos. El verdadero conocimiento no es el acumular libros, ese conocimiento se debe de adquirir haciendo y ejecutando cosas. No siguiendo el ejemplo de esos profesores en las escuelas de negocios enseñando algo que nunca habían hecho. Los autores deben ser “apasionados” de las ideas que escriben y, sobre todo, honestos para nunca venderlas. Las palabras deben impactar cimbrando a quienes las reciben. No deben ser una pesada carga, sino vibrantes y dinámicas. Escritura que encienda y refuerce esa gran voluntad de poder, no manipulación como la usada para cegarlos.
Pero Zaratustra encontraba el mercantilismo de las ideas. Toda una gran edificación para evitar que la gente llegara a conocer la verdad, nunca para provocar desarrollo personal sino, a través de monopolios, las sociedades fueran programadas para aceptar vivir en sumisión y en la mediocridad temiendo al gobierno. Zaratustra se frustraba al ver no habia condiciones para ese crecimiento personal. Algo que él describía como un árbol de raíces profundas que la fuerza del viento nunca lo afectara. Tan fuerte que, para emerger a la vida, rompiera las rocas que le obstruían salir a la superficie. Eso era la sociedad fuerte y poderosa que él visualizaba.
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