Ricardo Valenzuela
Al profundizar mi conocimiento de quien se ha convertido en mi filosofo predilecto, Nietzsche, me encontré con una sorpresa muy interesante e inesperada. Este hombre que le declaraba la guerra al mundo y el mundo a él, en su atormentada alma habia un pequeño lugar para sentimientos positivos. Y no en su búsqueda, sino por accidente, se convertía en gran admirador del escritor ruso, Dostoyevski. Lo habia encontrado en su libro que adquiriera en Paris.
Así en el personaje de Dostoyevski encontraba alguien que podría admirar para entender que, no todo es darse cuenta de un problema, sino después actuar para resolverlo. Ese hombre del subsuelo descrito por el ruso debía llegar al fondo del infierno para certificar su maldad. Era la primera impresión del hombre que todo rechazaba con brusquedad, para reconocer la potencia que representaba Dostoyevski. Como él, identificaba el dolor, no esa purificación que dictaba la iglesia, tampoco la forma detrascender para darle la bienvenida al sufrimiento.
Nietzsche describía su experiencia como alguien transitando en la oscuridad buscando algo y, de repente, le entregaban una antorcha. En la lectura de su libro había encontrado muchas respuestas a lo que él solo intuía. Se daba cuenta que todas las ideas de Dostoyevski las mantenía aprisionadas en su interior, no era solo una novela para el entretenimiento, era su gran descubrimiento con mensajes más potentes que cualquier tratado profesional. Había descubierto a otro ser humano sufriendo como él y mucho más complicado.Describía a un funcionario miserable, frustrado, antihéroe, contradictorio y excitable. Un hombre sufriendo que, aunque se rebelaba contra su miseria, parecía gozar con ese sufrimiento, pero no se daba cuenta de su parálisis y no hacía nada para cambiar. Un hombre que supuestamente no podía soportar su estructura de sufrimiento que lo hacía infeliz. Pero, lucia más como un alguien adicto al sufrimiento. Un hombre que gozaba crucificándose el mismo por sus culpas. Un hombre que sufría y se contradecía, se boicoteaba para no avanzar y así hundirse en su propio fango. No buscaba soluciones, solo sentirse como víctima.
Pensaba que el alma humana estaba condenada al conflicto, y era solo una falacia pensar que el ser humano podía ser capitán de su nave, arquitecto de su destino y se castigaba sufriendo, el clásico faquir emocional hundiéndose en sus contradicciones y paralizado. Un veneno silencioso que el mismo Nietzsche ya habia identificado. Ese fatal resentimiento que lo regía y pasaba a aceptar su impotencia para considerar el sufrimiento su moralidad. Una amargura organizada seguro que el fracaso era la virtud de un espíritu superior.
Ese era el hombre del subsuelo, un pobre marginado que en su infelicidad se sentía objeto de ofensas imaginarias, continuamente dedicado a criticar a los que habían logrado lo que él no pudo, con lo que acababa hundido aún más en su tragedia por sus miedos y su sentimiento de culpa. Todo le servía de excusa para la explanación de sus pensamientos sobre la ley natural, el racionalismo y el libre albedrio, dando salida a auténticas preocupaciones del autor ruso.
Nietzsche encontró una profunda reflexión acerca de la contradicción que surge respecto a la noción del bien, del mal y la libertad, reflexión que desafía la idea tradicional de racionalidad: el hombre del subsuelo no podría ser material en ninguna explicación ortodoxa de la maldad, ya que, por un lado, no actuaba con desconocimiento de los principios morales que son los correctos, y, por otro, no se hallaba simplemente dominado por sus pasiones morales. Actuaba según la explicación que presentaba de sí mismo, en contra de sus principios morales con el objetivo de liberarse de estos.
Es un hecho que Nietzsche, en la novela del ruso encontró la combinación de un camarada en el sufrimiento, pero también, la ratificación y aportación para complementar la esencia del hombre destructivo que él señalaba casi con odio. Un hombre portador de una estructura que invocaba el significado de sufrimiento, culpa, dolor, temor, frustración y, sobre todo, el veneno mas letal de la humanidad, un resentimiento que ha provocado grandes problemas históricos. Un hombre que en todas partes aparece, pero, siempre con una máscara que esconde todas sus tormentas interiores.
Un hombre que no está dispuesto a cambiar y no quiere ser feliz porque pierde su ilógica categoría moral, porque el siempre ha considerado que el sufrimiento lo hace moral y superior. Ese hombre que piensa ser el mas superior de su manada porque es el que mas sufre. Y como ejemplo viviente de su resentimiento, no participa. Es una resignación disfrazada, según él, justificada por lo que sufre. Y nunca busca sanar pues eso ha sido lo que lo distingue. Además, en su torcida mente es un héroe admirado. La culpa lo ha domesticado y luego surge el sufrimiento que lo hace sentir superior. Son los demagogos profesionales del resentimiento.
A Nietzsche, el haber complementado la estructura del hombre portando moral de esclavo con las aportaciones de Dostoyevski, le proporcionó todo el material para el surgimiento de su ubermensch. Ese hombre superior. El hombre que ha alcanzado un estado de madurez espiritual y moral superior a la del considerado hombre común. Es capaz de generar su propio sistema de valores, porque identifica como bueno todo lo que procede de su genuina voluntad de poder. Ese hombre que, contrario a lo tradicional, si tiene que sufrir lo enfrenta y lo usa como herramienta para crecer emocionalmente.
Ese hombre que se convierte en autor de su propia historia, que no vive en piloto automático, que no quiere ser copia, quiere ser creación. Es libre, independiente. Es una mutación filosófica en la cual él se ha transformado y crea sus propios valores. Es autentico y eso lo hace diferente. El mismo decide sus prioridades. Tiene una gran madurez emocional. No necesita validación ni encajar en la manada. Es imposible manipularlo. No busca dominar, solo ser libre y su palabra favorita el “atrévete”. Hay muy pocos ubermensch (Trump, Milei) y demasiados hombres del subsuelo (Obama, Clinton, Pelosi, Soros).
Y nos debemos preguntar ¿queremos un mundo de ubermensch o el de hombres del subsuelo?
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