Ricardo Valenzuela
Yo siempre he agradecido a la vida el haber ubicado mi niñes y adolescencia bajo la influencia de dos hombres que no podrían ser mas diferentes. Mi padre educado en Europa entre la Universidad de Bruselas y London School of Economics, y mi abuelo materno, Manuel P Torres, con una educación primaria en el pueblo donde naciera, Minas Prietas, un suburbio del mineral de La Colorada. Ese contraste fue lo que me provocara transitar por la vida en una carambola a dos bandas.
Mi educación sería de lo más materialista en negocios, economía, banca, finanzas. Pero, cargando una curiosidad al ver la biblioteca de mi padre con los grandes de la filosofía. Y se iniciaba esta carambola muy a favor del campo materialista. Pero los últimos años mi proa apuntaría hacia las ideas filosóficas que, habiéndolas conocido, no les diera la importancia que merecen. Y al ir avanzando, se me abría un mundo que me cautivaría como pocas cosas en mi vida.
Ese mundo me presentaría a Diógenes, el fundador de la desconocida rama filosófica llamada Cinismo. Pero, no el cinismo moderno tan despreciado, sino el de Diógenes que en esta etapa de mi vida he llegado a entender y admirar. Siendo todavía un adolescente, su padre y él fueron acusados de falsificar la moneda de su natal Sinope. Su padre fue a prisión y Diógenes fue desterrado y, al despedirse de su gente ya definía su futuro con dos afirmaciones. “No me están exiliando de mi tierra, yo los estoy exiliando a ustedes de mi presencia. Además, yo no falsifique la moneda, ya estaba falsificada.”Exiliado de su ciudad natal se trasladó a Atenas, donde se convirtió en un discípulo de Antístenes, el más antiguo pupilo de Sócrates. Allí viviría como vagabundo en las calles de Atenas, con sus conductas convirtiendo la pobreza material extrema en una virtud, pero era algo más profundo que esa descripción. Lo primero que haría para el inicio de su corriente filosófica, fue demostrar lo que realmente necesitaba el hombre para ser feliz. Y, según él, no era satisfacer todas sus necesidades, sino tener menos necesidades y, sobre todo, menos deseos superficiales.
Ese sería el inicio de una larga y profunda argumentación económica cuando la economía todavía no existía como ciencia. Luego, elevaba la virtud a ese altar que construía la sencillez como la gran riqueza interior, para que la gente no siguiera tratando de lucir como lo que no era, o lo que otra gente esperaba que fuese. Afirmaba que la mayoría de las necesidades, en realidad eran lo que llamaba necedades que se imponían. Era el inicio de una reflexión para ubicar lo que después sería el corazon de la ciencia económica, oferta y demanda del mercado libre.
Identificaba el gran sufrimiento de la gente ante el temor de perder lo que ya tenían. Aconsejaba aprender a soltar lo que tenías para encontrar la verdadera libertad. Pero, no era un coqueteo con el futuro marxista, no, él no estaba en contra de la riqueza, solo en la dimensión que se le daba. Además, afirmaba que en el sufrimiento de la pérdida era la forma de aprender y trascender. Daba el ejemplo de un niño con su castillo de arena en la playa, una ola lo destruía, lloraba un rato y construía otro mejor.
La siguiente lección la describía como el sabio que vive para ser libre nunca para ser admirado, y todo pasa, inclusive, el dolor. Cuando lo criticaban por su irresponsabilidad pues no tomaba nada en serio. Respondía cómo todos le temían a la vida y la despreciaban buscando lo que realmente no necesitaban. Él no vivía para ser aceptado, vivía para enseñar la verdad y, sobre todo, la verdadera libertad ausente de los que, compulsivamente, buscan acumular siendo que ello debería ser consecuencia de su virtud.
En una ocasión, Alejandro Magno que habia escuchado de sus conductas locas, fue a visitarlo. Lo encontró sentado en una calle de Atenas, se plantó frente a él y le dice. “Gran Diógenes, soy el emperador, pídeme lo que quieras que te lo concederé.” Diógenes lo miró en calma y le dice, “hazte a un lado que me estás tapando el sol.” Alejandro pregunta ¿No me temes?", a lo que Diógenes contestó: "Gran Alejandro, ¿te consideras un buen o un mal hombre?" Alejandro le respondió: "Me considero un buen hombre", por lo que Diógenes le dijo: "Entonces. ¿por qué habría de temerte?". El Magno soltó sonora carcajada y le revira. “Si no fuera Alejandro me gustaría ser Diógenes.” El filosofo le responde. “Si yo no fuera Diógenes, también me gustaría ser Diógenes.” El Magno después diría haber sido una gran experiencia
Criticaba a otros filósofos que hablaban sin ejecutar, un mundo de cosas sin propósitos. Su amor por lo verdaderamente esencial lo convertía en inflexible juez de la vanidad, de los superfluo, lo tradicional. Por eso vivía riéndose del mundo con su desapego a las cosas materiales. De forma especial criticaba a esos que pedían salud a los dioses para luego hartarse de comida, de bebida, como los salvajes bárbaros. Descartes expresaba su admiración preguntando ¿Hasta qué punto hay que estar loco para descubrir la verdad, para lograr esta sabiduria del cínico? De día caminaba con una linterna buscando un hombre hoesto.
Criticaba todas las actitudes patronales sin acciones. A los políticos ordenando lo que ellos no practicaban, los músicos con sus instrumentos desafinados, los matemáticos señalando ecuaciones sabias que nunca se aplicaban, legisladores demagogos, todos actuando contrario a lo que representaban. Insistía con sus ideas económicas para determinar, no el valor, sino el precio de las cosas, siempre víctimas de manipulaciones con dinero falso. Y daba el ejemplo de las estatuas en los palacios que costaban más que el alimento diario de una familia.
Diógenes afirmaba los dioses habían dado al hombre una vida fácil, pero nosotros la hacíamos imposible; que la sabiduría era templanza para los hombres, oportunidad de riqueza para los pobres, para políticos ricos, ornato. Las necesidades creadas a la sociedad eran causa de graves problemas, pero podrían evitarse mediante una vida virtuosa; privaciones podrían ser rectificaciones morales; debían despreciarse las convenciones de la vida social y de las filosofías refinadas, porque el hombre rústico puede conocer todo lo cognoscible.
Muchos lo consideran como el gran mártir que se sacrificaría
el mismo por una libertad diferente. Su revolución combatiendo la esclavitud de la gente ante cosas materiales. Esas necesidades inventadas señalando el mundo se asomaba a lo que conocemos como el consumismo. Y se despedía afirmando; “Cuando me muera, echadme a los perros. Ya estoy acostumbrado.”
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