EL HOMBRE REBAÑO DE NIETZSCHE


Ricardo Valenzuela

 simplycharly: Simply Nietzsche.

Con los acontecimientos que estamos enfrentando a nivel global, etiquetados como “nunca vistos”, hay un elemento importante que acude al remolino de reacciones, actitudes, histerias. Aun cuando yo estoy de acuerdo totalmente con las acciones que Trump está llevando a cabo, puesto que, después de años de estar analizando la decadencia de EU, no solo las entiendo sino las admiro y, sobre todo, admiro la cruzada de un hombre que, arriesgando todo lo que tiene, e inclusive hasta su vida, sigue adelante, aunque tantos pretenden lincharlo. Pero, para entender esas multitudes equivocadas y si, repito equivocadas, he tenido que acudir a tres de mis filósofos favoritos; Schopenhauer, Spinoza, Nietzsche.

Y acudiría a ellos para ir a la profundidad de lo que yo considero la tragedia mas grande de la humanidad. El asesinato de lo más preciado que el ser humano podría tener como un regalo celestial, un espíritu fuerte y poderoso cortesía de una voluntad libre para pensar, expresar y actuar siempre en esa hermosa libertad. Algo que nos han expropiado para enviarnos a esa manada sin voluntad y conformista con vale más malo conocido que bueno por conocer. Algo que se mantiene a base de controles estilo Mao, Stalin.  

En las páginas de la extraordinaria obra, “Así habló Zaratustra”, Friedrich Nietzsche arroja una luz implacable sobre una figura que encarna la antítesis de su ideal humano: el “hombre rebaño”. Este concepto, no es solo una crítica a la conformidad social, sino una denuncia potente y agresiva de la abdicación del espíritu humano ante la presión de la masa. El hombre rebaño es aquel que se disuelve en el murmullo colectivo, que renuncia a la chispa de la individualidad por la comodidad del anonimato, que vive no como aspirante a creador, sino como el vergonsozo zumbido de la multitud.

La noción del hombre rebaño surgía en un momento crucial de la obra, cuando Zaratustra desciende de su montaña y proclama la muerte de Dios y el nacimiento de una nueva posibilidad humana. En este escenario, el hombre rebaño no era un accidente histórico, sino el producto de una larga domesticación que Nietzsche rastrea hasta los orígenes de la moral judeocristiana. En su “Genealogía de la moral”, él argumenta que esta moral, con su énfasis en humildad, obediencia e igualdad, fue herramienta de los débiles para someter a los fuertes, un resentimiento que transformó la vitalidad en sumisión.

El hombre rebaño, heredero de esta tradición, no piensa, no crea, no desafía; se limita a pastar en los campos de las verdades heredadas, guiado por pastores donde la siente única —sean religiosos, políticos o culturales— que le ofrecen seguridad a cambio de su libertad. Esta imagen pastoril encapsula la pasividad de quien prefiere ser conducido a caminar solo, quien siempre afirma “no hagan olas”.

El hombre rebaño se caracteriza por su falta de cuestionamiento, una cualidad que lo hace permeable a las corrientes de la opinión pública y las modas efímeras. En el siglo XIX, estas corrientes tomaban la forma de los periódicos sensacionalistas, los sermones dominicales y luego el creciente nacionalismo; hoy, se manifiestan en las redes sociales, los algoritmos y la cultura del consumo masivo y del, “si se siente bien, hay que hacerlo”.

Estudios sociológicos recientes lucen con la intuición nietzscheana: en la manada, el individuo pierde capacidad crítica adoptando un alma grupal que premia la emoción sobre la razón. Nietzsche, sin embargo, va más allá del análisis psicológico; para él, esta disolución no es solo un fenómeno social, sino una traición y un abandono de la voluntad de actuar que define la esencia humana. El hombre rebaño no solo sigue; se complace en seguir, encontrando en la conformidad una anestesia contra la angustia de existir.

Frente a esta figura, Nietzsche erige el ideal del Übermensch, el superhombre, no en sentido biológico, sino como una posibilidad existencial. Ese superhombre es aquel que, tras la muerte de Dios —es decir, no afirmaba que Dios ya no existia---era solo tras la caída de las certezas absolutas—, asume la tarea titánica de crear sus propios valores. En sus obras se describe como un acto de afirmación, un sí a la vida en toda su complejidad y contradicción. A diferencia del hombre rebaño, que busca refugio conocido, el superhombre abraza el riesgo de lo nuevo, transforma el caos en danza, la incertidumbre en arte. Este ideal, lejos de ser una utopía imposible, es una provocación: Nietzsche no ofrece un manual para alcanzarlo, sino un espejo en el que cada individuo debe enfrentarse a su propia mediocridad o grandeza.

La crítica de Nietzsche al hombre rebaño no se limita a una condena moral; tiene raíces históricas y filosóficas profundas. En su análisis, él dialoga implícitamente con pensadores como Platón, cuyo mito de la caverna ya señalaba la ceguera de quienes prefieren las sombras a la luz, y con Rousseau, cuya noción de voluntad general Nietzsche habría despreciado como una glorificación de la mediocridad colectiva. Para él, el progreso de las masas es una ilusión; la verdadera evolución ocurre en los individuos que rompen con el rebaño, como los artistas, los filósofos y los visionarios que han marcado las inflexiones de la cultura humana —un Sócrates, un Leonardo, un Goethe—.

El hombre rebaño, con su docilidad, es presa perfecta para las tiranías, un fenómeno que Nietzsche no vivió, pero que presagió con claridad. En el siglo XX, al analizar el auge del nazismo y el estalinismo, ya señalaban cómo las masas sin individualismo se convertían en arcilla en manos de líderes carismáticos. El culto a la personalidad de Hitler, alimentado por propaganda y el temor, hubiera sido para Nietzsche un ejemplo perfecto del rebaño elevado a sistema: millones renunciando a su juicio por la promesa de pertenencia. Esta conexión entre el hombre rebaño y la manipulación ideológica, se manifiesta en esta era digital donde los “influencers” con sus narrativas polarizadas explotan ese campo de la obediencia ciega.

Sin embargo, la condena de Nietzsche no fue absoluta; al final pudo enriquecer su pensamiento. El hombre rebaño como negación de la vida, era un punto de partida. El superhombre no despreciaba a la masa con arrogancia aristocrática, la desafía a despertar. En este sentido, él no buscaba una élite cerrada, sino una transformación universal que debería iniciar en el individuo. Esta idea encontró eco en la obra de Carl Jung, quien habló de la individuación para integrar el yo con ese colectivo inconsciente, un camino hacia la autenticidad que requiere rechazar las imposiciones forzadas. El hombre rebaño, desde esta perspectiva, no es una condena eterna, sino una etapa que puede superarse mediante el autoconocimiento y el despertar del hombre ideal.

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