ESTE ES VERDADERO POPULISMO (tercera)

 Ricardo Valenzuela

 Del funeral romano al deporte moderno: la increíble historia de la palabra  'gladiador' y su viaje a través de 2.500 años de cultura, poder y lenguaje

Algún observador externo podría haber puntualizado que, eliminando grandes regiones del interior, eran solo pérdidas entre los más radicales desarrollos históricos de los EU. Pero ¿Algunos estadounidenses de las costas pensaron que desindustrializando y destruyendo el valor del trabajador tradicional no tendría consecuencias culturales y económicas, sobre todo considerando el histórico papel de las clases medias como custodios de los valores nacionales? 

La cultura popular de EU refleja esas nuevas normas. Los ganadores costeños son descritos en programas de TV y cintas psico dramáticas como inteligentes, exitosos, caminando hacia éxitos mayores, altamente móviles, orgullosamente neuróticos, auto absortos cuando caminan hacia restaurantes cinco estrellas, con los clásicos melodramas en sus oficinas. En contraste, las clases trabajadoras en el interior que representan todo lo contrario, aborígenes solo presencia para caricaturas, que todavía piensan Sara Palin hubiera sido una extraordinaria vicepresidenta. Los describen en los programas de TV como Ice Road Truckers, Duck Dinasty, con sus gorras, vistiendo sus overoles y gritando con acentos rurales, toscos, bruscos. La mayoría corajudos siempre listos para maldecir y pelear. A su alrededor mucha maquinaria que ya no funciona, sus chozas y su tráiler, completan su panorama. 

Los republicanos llegaron a creer en un mercado holístico que repartiría cultura y valores. Comunidades que han perdido fundidoras de aluminio y grandes plantas de fertilizantes, de facto ha sido probado que ellos deberían perderse, considerando el evangelio de la globalización con sus reglas de capital y trabajo siempre favoreciendo a los más eficientes—eficiencia juzgada por el bajo costo de producción, sin importar las grandes olas que sumergen su gente, su cultura y su futuro. Lo perdido en salarios de la moribunda clase media, supuestamente se justifica por la importación de productos para el consumidor más baratos. 

No es que pensemos eso no debería haber sucedido. Debería haber sucedido, pero con una experiencia similar al arribo de la revolución industrial que enviaba a los obreros y agricultores desplazados a sindicatos socialistas. Era una lección que se debería de haber aprovechado para hacerlo de forma diferente. Porque la clase media afectada y enfurecida, nuca cantó “hagan de mi lo que quieran, ahora que estoy desarmado”. 

Cuando en la campaña del 2016, un tosco billonario desarrollador de bienes raíces iniciaba su campaña en términos de primer pronombre personal—nuestros mineros, nuestros trabajadores, nuestros agricultores—nadie lo emuló. Sus contrarios estaban convencidos de que él sería tan irrelevante como aquellos a quienes dirigía su mensaje. Pero, trabajadores de fábricas, mineros, leñadores, vaqueros, habían sido los baluartes tradicionales de miles de comunidades americanas. La pérdida de su medio vital cuando al mismo tiempo sus productos eran altamente demandados—era una receta para el suicidio cultural de gente desesperada. 

Entonces, en medio de este rompecabezas llegaba Donald Trump, alguien descrito como un solucionador de problemas, presumido, bocón, nacionalista, o tal vez el trágico héroe de muchas cosas. Claro, la palabra héroe junto al nombre Donald Trump aterra a la mitad del país, como lo hacen los términos nacionalista y populista. Sin embargo, una forma para entender los excesos personales de Trump y su atracción en los estados rojos es precisamente el no ser presidencial, y pudo haber sido el gran secreto para lograr cambios de posiciones ancestrales en política doméstica e internacional—redescubriendo la clase media “populista” oculta frente a la nariz del partido republicano. Es el primer presidente republicano de la historia que ha penetrado el monopolio de los demócratas de las clases medias. 

El rudo billonario pudo conectarse con los votantes rojos y purpuras en una forma que los candidatos republicanos del pasado nunca pudieron—y no solo en términos de su firma y su ortodoxia en la atención de temas como comercio, globalización, o inmigración ilegal. Trump, la persona, tiene la misma importancia. A través de sus injurias enviaba un gran número de mensajes subliminales e implícitos que pocos entendieron. 

Primero. Trump por su manera de hablar, su temperamento, y su vulgaridad, no estaba embonado en el grupo de control actual ni en las estructuras de poder en Washington. Entonces, él de ninguna forma estaba tratando de acomodarse con lo que hablaba ni con sus conductas. Segundo. Como el talón de Aquiles, él fue una fuerza disruptiva que pudo terminar una amenaza común con el uso de habilidades no fácilmente disponibles, o sentir no ser atractivo para sus benefactores. Ya fuera con relación a los misiles de Kim Jung—un, o con los excesos del gobierno federal, sus votantes querían alguien que tratara algo diferente. 

Tercero. La historia y el estigma de Trump aseguraba él no podría participar totalmente, o ser aceptado por la sociedad restaurada que el trató de salvar, dada su distancia de quienes el defiende. Es cierto, su pasado machista, rijoso, sus apetitos excesivos y sus tratos financieros de altos vuelos, de alguna forma lo hacían poco atractivo en Nueva York o Merced. Sin embargo, irónicamente sus partidarios pensaban era un campeón a la distancia que podía iniciar un ataque en su nombre, contra quienes ellos aprendieron a despreciar. 

Trump fue némesis que reconocía la arrogancia de la cultura costeña. Cuando retó las noticias falsas, cuando en sus twits atacó a la media corrupta, cuando atacó la globalización, cuando se burló de los políticos de Washington, despotricó sin detenerse gritando con crudeza—gran parte del país sintió que finalmente tenían un aliado dispuesto a ganar con rudeza, en lugar de, en el caso de McCain y Romney, perder noblemente y dar las gracias. Fue cuando alguien comentó de sus oponentes: “Ellos son los que están provocando su arribo y lo harán presidente”. Los blancos de la ira de Trump nunca entendieron que los ataques del grupo de poder, ni sus propios auto señalamientos de gran sensibilidad, entrenamiento, experiencia, educación, moralidad, clase, autoridad, fue precisamente la fuerza que hizo del Trumpismo algo tan atractivo. 

En el 2016, sabios y expertos se enfocaron en el populismo de carrera, clase, género, pero serían los iluminados Hillary Clinton y Berny Sander quienes pretendieron canalizar la nueva identidad, juventud, y el feminismo, como políticas a su ventaja. Pero todos olvidaron que había otra tradición populista, estaba dormida. Una tradición que fue herencia de los padres fundadores avalando al individuo libre y propietario. Ignoraron la frase de Jefferson: “Comercio con todos los países, alianzas con ninguno”. Tampoco entendieron que había una bomba silenciosa pero muy potente esperando explotar—si alguien pudiera ser cauteloso y estar lo suficientemente irritado para activarla.    

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