Ricardo Valenzuela
Mi abuelo, recio ganadero de Sonora, sabiamente afirmaba que, en la trastienda de todos los pueblos del mundo, siempre se podían encontrar las herramientas utilizadas para llevarlos a las situaciones que portaban en sus presentes, buenas o malas. Luego agregaba que, en la mayoría de los casos, los grandes cambios ordenados al timón de sus naves eran provocados por las crisis que hubieran tenido que enfrentar. No por razones erróneas, los modernos Investment Bankers desde hace tiempo han venido ofreciendo a sus clientes el novedoso concepto de administración de riesgos. Pero, esas crisis, como a los potros recién amansados, hay que mantenerlos con la rienda corta porque cada día brotan nuevas.
La gran crisis de la primera guerra mundial, además de la destrucción de Europa y de algunas monarquías, también inoculó la segunda guerra mundial, la más devastadora de la historia. Porque a medida que las civilizaciones caminan, ese temido elemento llamado riesgo crece, se diversifica y llegan con más potencia. Fue cuando la estrategia, aun en su infancia, pero ya siendo aplicada por los Rothschild les generaba ganancias inimaginables como las de la batalla de Waterloo, y de su mente nacia su complemento: La provocación de esos riesgos para luego ofrecer sus celestiales soluciones. Algo que su patriarca Mayer lo definiera así: “Todo mundo anda en busca de algo, nosotros nos convertiremos en expertos para ayudarlos en su búsqueda.”