Ricardo Valenzuela
Creo que ante alguna pregunta solicitando distinguir los miles de años de historia de los tiempos modernos, una de las respuestas más populares iría más allá del progreso de la ciencia, tecnología y la moderan república liberal. Porque la revolucionaria idea que define las fronteras entre la modernidad y el pasado, debería ser la búsqueda de esa maestría para manejar el riesgo. Desde inversionistas apostando en el mercado, ingenieros construyendo enormes puentes, los médicos operando, siempre los acompaña ese molesto socio, el riesgo.
Y ante tal inconveniente, hemos acudido a los profesionales que nos entregarían el esquema de administración del riesgo. Necesitábamos ese mágico elixir que, como la amorosa madre al acostar a su niño cada noche, le dé un beso y le diga que al despertar todo estará bien y el desayuno en la mesa. Un esquema que nacía con la poderosa ecuación de los Rothschild, sus armas silenciosas para llegar a controlar las mentes de la humanidad.
Ante tal panorama un grupo de visionarios, supuestamente, revelaron cómo establecer el futuro al servicio del presente. Así al mostrar al mundo cómo entender el riesgo, medirlo, evaluar las posibles consecuencias, ese instrumento se convirtió en el principal catalizador que debería impulsar a las sociedades occidentales. Como Prometeo, desafiarían los dioses y probarían la existencia de la oscuridad en busca de la luz para cubrir el futuro ante tal enemigo. Pero, en estos momentos vemos que se sumaron a esa oscuridad para darle más potencia.